miércoles, 30 de enero de 2013

Sobre ser pretencioso...


Pocos creyeron en su momento que lo conseguiría, pero la verdad es que con el paso del tiempo su descubrimiento cambió el mundo.

La verdad es que la idea no tenía nada de original.

En realidad su logro, insignificante en sí mismo, fue el de plantear que los recuerdos, la información de la que disponemos acerca de nosotros mismo o de los demás, es simple energía...

Lo hizo pensando en el cuidado: un hecho trivial, tan cotidiano, que pasaba desapercibido.

Siglos atrás sus métodos teóricos habrían sido revolucionarios, pero en el momento de construir su teoría… se limitó a copiar lo que otros aplicaban en cosas mucho más importantes en apariencia: la luz de las estrellas, la velocidad de los cometas, el chocar y entrechocar de los electrones…

Quizá por ello, cuando anticipó el camino de descubrimiento que quería emprender, muchos dudaron de su preparación y le tildaron de: “pretencioso”.

Guardó aquella palabra como un regalo. Sabía que en ella residía la fuerza que le haría no abandonar. Pensó mucho en aquella palabra; Pretencioso “Presuntuoso, que pretende ser más de lo que es”.

Curiosamente él sabía lo que era: un cuidador de gentes, algo desde luego nada pretencioso.

Alguien que había visto morir, llorar, ganar, perder, abandonarse, intoxicarse, amamantar, lavar, peinar, ocultar y mostrar, dormir, comer y vomitar, mear y cagar, arrodillarse y matar, humillarse, humillar, dejarse caer, respirar y estornudar, tragar los mocos y escupir al cielo…

Ni él ni el cuidado eran pretenciosos, si uno se cuida pretenciosamente al final muere: ese era un hecho que había aprendido con el tiempo.

Aún recordaba las excusas que pusieron aquellos a quienes pidió que les acompañara en su viaje: “excusas”, una palabra curiosa para definir la mentira de no saber decir que “no”.

El problema de ese “no” es su justificación, ahí es donde la excusa se hace necesaria, pues la verdad suele ser molesta o incomoda de aceptar.

Pero ya había recibido estocadas y estocadas de excusas en su vida, normalmente por gente que con el tiempo se habían sentado en su piedra al lado del camino y le habían visto continuar caminando.

Hoy, si miraba atrás, ya ni siquiera los distinguía en la distancia: como dijera cierto juglar eran los “muertos de su felicidad”, la felicidad de no haberse sentado y continuar caminando.